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El Castillo de Loarre 1

Colección de fotografías del Castillo de Loarre (Huesca) tomadas por Gonzalo Obes. Primera parte.

Hace varias horas que el portón fue cerrado, apenas varias velas de sebo y antorchas perfilan las casas del pueblo diseminado por el exterior de la muralla. Ha sido un día tranquilo y templado, cosa extraña en esta época del año, aunque es verdad que el clima ha cambiado, al igual que los tiempos. Fortún López, tenente de la fortaleza, medita sobre esto paseando por las terrazas superiores. Observa el pueblo a sus pies, dormido, los huertos y campos arados, negros como el azabache. Bolea y Ayerbe en la lejanía, acechando silenciosas al cristiano castillo. La Hoya se abre y difumina ante sus ojos, tapada por la bruma. Y al final en el horizonte, Wasqa (Huesca), la ciudad de las noventa y nueve torres. El rey Pedro, el primero de su nombre, aconsejado por sus señores, reúne en ese lugar a nobles y soldados. La batalla por Wasqa es inminente y el nerviosismo se condensa en el aire.

Correos y heraldos han divulgado las noticias de las razzias de los musulmanes contra villas y pueblos cristianos de la montaña, en un intento por detener el agrupamiento de los soldados aragoneses. Las tropas rezagadas tienen la orden de reunirse en la fortaleza de Loarre, el cual ya se encuentra concluido aunando en sus dependencias a gente de armas y gente del clero, pues así lo deseó el padre de nuestro rey, Sancho Ramírez.

Fortún musita unas palabras que la distancia diluye en forma de gruñido, y se arrebuja en la oscura capa. Tan sólo queda un caballero por llegar con sus hombres...

Los minutos pasan y una pequeña serpiente formada por titilantes luces se distingue al sur de la villa.

- ¡Aragón! Se escucha en la distancia. Al cabo de un instante un coro de unísona voz responde: - ¡Gloria!

Desde las almenas los hombres de armas corren exclamando:

- ¡Los soldados arriban! ¡Los soldados han llegado!

- ¡Aragón! Resuena por segunda vez y de nuevo el coro aclama: - ¡Gloria!

Destellos provenientes de los prístinos yelmos y lanzas danzan entre la casas de la aldea a medida que se acercan a la oscura muralla. Son los últimos, que en apretadas filas caminan, que en apretadas filas avanzan.

- ¡Aragón! Por tercera vez resuena la llamada y por tercera vez el clamor se eleva: - ¡Gloria!

- Un largo camino en apenas unos días -, susurra Fortún con las manos sobre el muro mientras sus labios esbozan una sonrisa. Los guardias se apresuran a encender teas y antorchas. En unos instantes la fortaleza se agita con el vaivén de los soldados y sirvientes.

El tenente cogiendo su espada sale de la fortaleza y dirigiéndose al portón de la muralla exclama:

- ¡Abrid el portón! ¡Y despertad a los cocineros pues esta noche será una noche de historias junto al fuego!.

- Sé bienvenido amigo, ¿cuánto ha pasado?, ¿dos años, ya?... Ya sé que estás cansado pero déjame mostrarte antes de cenar la fortaleza más señera del reino, pues ya ha sido concluida. Levanta la vista y mira cómo se yergue sobre la caprichosa roca otorgándole el dominio de la zona. Mis aposentos se encuentran ahí, en esa torre, la más alta y que despunta por encima del resto. Aunque para alcanzar nuestra meta tendremos que recorrer el recinto monacal que nos rodea. Fue erigido por el padre de nuestro rey, supongo que lo recuerdas, Sancho Ramírez, tan sólo hace dos años que murió junto a las murallas de Wasqa. Él edificó este monasterio y con él rodeó la primitiva fortaleza que se asienta en lo alto de la roca, mandada edificar por su abuelo, Sancho Garcés, el tercero de su nombre y rey de Pamplona.

No pongas esa cara ante la escalera principal, muchos mercaderes y nobles abren sus bocas de asombro y enmudecen ante ella y luego de forma tácita y de reojo la miran con envidia. Aprovechemos ahora que han terminado las nonas y entremos en la Capilla Real, la iglesia de nuestro rey. Ya sé que no le hace honor, pues a la luz de las antorchas las dimensiones de la iglesia y cúpula tan solo se atisban y no se aprecian en su esplendor. Mañana al alba te mostraré los capiteles y sus historias.

Por ahí no, son las dependencias de los monjes, el dormitorio, el refectorio, las cocinas y almacenes. Acortemos por este pasillo y subamos directamente al recinto militar. Y entremos con cautela, pues me temo que el guardia se ha dormido...¡Ah de la fortaleza! ¡Despierta soldado!...mañana sé de alguien que limpiará letrinas...

Se agradece el silencio, hoy ha sido día de instrucción y el patio de armas ha sido un hormiguero de actividad. Al fondo se encuentra la pequeña capilla donde los soldados pueden aliviar los pesares de su alma. Y ese edificio contiguo es el salón, lamento que lo veas así. Se derrumbó el muro norte hace dos semanas, pero las obras no avanzan como desearía, algún cantero también será de los dormilones...

Cuida con la cabeza y pasemos por las torres. ¡Caramba que huele bien la comida! Ya quedan pocas escaleras, te lo prometo. Ésta es la torre sur de las tres que tenemos, hay quien la llama de la reina, supongo que por las preciosas ventanas que la tapizan. Y espero que no tengas miedo a la altura ahora que estamos en las terrazas. Pasemos por este puente y lleguemos a mis aposentos. Mi torre se hizo a semejanza y moda de las torres en Francia y las Taifas. No es mala defensa, aunque se consiga conquistar todo el recinto, incluso sus recovecos, pasillos y puertas. Se debe construir un nuevo puente, pues una vez refugiados en la torre el puente se hace desplomar al vacío. ¿Cómo?, sí claro, el túnel para poder salir se encuentra en el nivel inferior y desemboca en el cercano bosque al norte.

Pero ahora quedémonos aquí, pues el fuego crepita en la chimenea y la mesa ya se encuentra servida...

P.M. Callizo.

Más información en: Castillo de Loarre

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