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Chema Madoz 2

Galería de imágenes del fotógrafo Chema Madoz. Segunda parte

Ver una araña tocando con sus patas las teclas de un piano; El Capital de Marx convertido en un coqueto monedero de pellizco; un esbelto y lanceolado ciprés transformado en la torre de un campanario; la parte superior de un sombrero exhibiendo una envidiable y exuberante cabellera; un tablero de ajedrez convertido en un cuadrilátero de boxeo; una bombilla encendida y surcada por una escuadrilla de helicópteros; un jarrón de cristal conteniendo el rayo-rasguño de una grieta; un tren ascendiendo dificultosamente por el carril de hierro del pasamanos de una vieja escalera... Podría parecerlo, pero no, no son visiones salidas del paisaje de los sueños y de las pesadillas; son simple -o complejamente- algunas de las imágenes que pueblan otro tipo de comarca onírica: las fotografías de Chema Madoz (Madrid, 1958).

Como inicio de temporada, la galería Elvira González presenta la segunda individual de este fotógrafo, con una treintena de obras de nueva producción. A través de ellas podemos seguir viajando por ese universo tan personal que Madoz nos viene proponiendo desde hace ya casi más de tres décadas, y que le ha llevado a conseguir múltiples reconocimientos, entre otros, el Premio Nacional de Fotografía y el PhotoEspaña, ambos en el año 2000, o el Premio de Cultura de la Comunidad de Madrid en 2013, y a realizar numerosas exposiciones en diversas galerías y museos.

Vida y voz propias

Con sus fotos nos plantea siempre un juego visual y conceptual, en el que los objetos adquieren vida y voz propias, y que siempre terminan por sugerirnos lecturas muy distintas a las que inicialmente parecían destinados a transmitir. Hablaba hace un momento de Madoz como fotógrafo, pero realmente creo más bien que se trata de un poeta que con sus composiciones nos hace ver las analogías y metáforas visuales que subyacen en el interior del -engañosamente- mudo y quieto universo de las cosas, convirtiéndolas en auténticos poemas objeto, esos hallazgos que, como diría Octavio Paz, no son sino cosas mudas que hablan y que nos dicen adivinanzas y enigmas, y que dejan escapar revelaciones instantáneas...

Resulta, pues, evidente que no es necesario escribir versos para ser poeta. Madoz lo es ideando, componiendo y realizando sus fotos (un arte que no deja de ser, al fin y al cabo, una escritura de luz). Con estas obras nos invita-incita a que nosotros también inventemos nuevas miradas, nuevas historias, que están ya previamente escritas en la polisémica vida de los objetos, pero que necesitan ser extraídas de las minas de lo cotidiano, a través de una singular ars combinatoria de casi infinitas posibilidades.

Tengo ya dicho que el suyo es un arte de ideas que colecciona azarosa y compulsivamente con la aparente objetividad del entomólogo o del taxidermista, y que convierte en la materia de los sueños, a través de una poética y sutil manipulación de objetos (en su mayoría banales y desprovistos de cualquier tipo de magia analógica). Pero es la mirada del artista la que (re)nombra las cosas, dándoles otras lecturas, otros significados, otras dimensiones metafóricas y emblemáticas.

Marcas indelebles

A lo largo de su trayectoria, salvo en una etapa muy inicial, dos señas de identidad se mantienen prácticamente invariables como rasgos personales: la presencia de una ausencia, es decir, el hecho de no incluir nunca a seres humanos, y, el sometimiento de sus imágenes a la dulce tiranía del blanco y el negro. Si es verdad que soñamos en esa gama acromática, entonces la dimensión onírica de sus composiciones cobra un sentido todavía más necesario.

Todas esas características componen una sintaxis creativa absolutamente identificable, de tal forma que en cuanto vemos una de sus obras no podemos dejar de decir: «¡Mira! Es un Chema Madoz». Este es, a mi juicio, el único punto de fricción que encuentro en el trabajo de un artista que ha tenido la rara virtud de poner de acuerdo a público y a crítica: el terminar convirtiéndose en una marca excesivamente reconocible que acabe llevándole a un peligroso callejón manierista. Talento y oficio desde luego no le faltan para evitarlo...

Autor del texto: Francisco Carpio - Website oficial del autor: Chema Madoz